¿Qué es la fatiga? Descifrando como afecta nuestro cuerpo

y el enigma detrás de sus 2 manifestaciones esenciales

La fatiga se define como un síntoma incapacitante autoinformado que limita las funciones físicas y cognitivas debido a interacciones entre la fatiga del desempeño (es decir, disminución en una medida objetiva de desempeño) y la fatiga percibida (es decir, cambios en las sensaciones que regulan la integridad de la persona); de acuerdo con Enoka y Duchateau.

La capacidad de mantener tareas motoras y cognitivas intensas y/o sostenidas es determinante en la vida humana y resulta necesaria durante las actividades diarias, físicas, vocacionales y educativas.

La multitud de procesos psicofisiológicos que inevitablemente acompañan a la actividad motora o cognitiva por encima de una cierta intensidad o duración pueden convertirse en un factor limitante tanto como para el rendimiento motor como cognitivo y, generalmente, se resumen bajo el término general fatiga.

Contar con una definición precisa no sólo es indispensable para aumentar el rendimiento de los atletas y las personas sanas, sino que también es importante para las poblaciones vulnerables, con falta de condición física y clínicas debido a los efectos negativos inducidos por la fatiga en la capacidad motora y cognitiva, así como en la calidad de vida.

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Tanto la fatigabilidad del rendimiento como la fatigabilidad percibida dependen de diversos factores que determinan la disminución del rendimiento motor (en otras palabras, la activación muscular y la función contráctil), así como los cambios en las sensaciones de los individuos (dicho de otra forma, el estado psicológico y homeostático del individuo).

Los científicos, Enoka y Duchateau, destacaron la interdependencia de la fatiga del desempeño y la fatiga percibida, y ambas contribuyen al síntoma de fatiga autoinformado.

La fatiga bajo la lupa: un análisis de su taxonomía

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Con el objetivo de definir de manera precisa a la fatiga, es fundamental primero diferenciar entre el rasgo de fatiga y el estado de fatiga.

Como primer punto, el rasgo de fatiga describe la fatiga experimentada por un individuo durante un extenso periodo de tiempo (semanas y meses, a manera de ilustración), que es relativamente estable.

La fatiga como rasgo es un síntoma asociado con muchas enfermedades (esclerosis múltiple, enfermedad pulmonar obstructiva crónica, artritis reumatoide, entre otras) y es el resultado de mecanismos primarios relacionados con la enfermedad (A modo de ilustración, neurodegeneración, inflamación).

Así como de mecanismos secundarios no causados directamente por la enfermedad, pero asociada con ella (depresión, problemas de sueño, medicación, por ejemplo).

No obstante, el rasgo de fatiga también puede presentarse de forma más leve en personas sanas.

Como segundo punto, el estado de fatiga inducido por la actividad, a su vez, se caracteriza por un cambio agudo y temporal en el rendimiento motor o cognitivo, así como por la experiencia subjetiva de cansancio o agotamiento que se produce en el contexto de una tarea motora o cognitiva especifica.

Los científicos definen al estado de fatiga motor y cognitivo inducido por tareas como una condición psicofisiológica que se caracteriza por una disminución en el rendimiento motor o cognitivo y/o una mayor percepción de fatiga.

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La reducción aguda del rendimiento motor y cognitivo puede denominarse fatiga del rendimiento motor y cognitivo, respectivamente.

Si bien la fatiga del rendimiento motor (tal como una disminución de la fuerza voluntaria máxima) depende de factores que contribuyen a la activación muscular y la función contráctil, el origen preciso de la fatiga del rendimiento cognitivo (disminución del tiempo de reacción, para ilustrar) continúa siendo discutido, pero puede depender de la integridad del sistema nervioso central.

La modulación de la percepción de fatiga inducida por tareas motoras y cognitivas puede denominarse fatiga motora y cognitiva percibida, respectivamente, que dependen del estado psicofisiológico del individuo.

La fatiga del rendimiento motor y cognitivo, así como la fatiga motora y cognitiva percibida, dependen además de factores relacionados con la homeostasis corporal, son interdependientes y dependen de diferentes determinantes.

Por lo que, el alcance de la fatiga del rendimiento motor y cognitivo, así como la fatiga motora y cognitiva percibida, depende de diversos factores moduladores (por ejemplo, características del sujeto y la tarea) y puede tener efectos perjudiciales sobre la capacidad motora y cognitiva humana.

A largo plazo, esto puede resultar en una calidad de vida reducida, particularmente en poblaciones vulnerables, sin condición física y clínicas.

Las alteraciones psicofisiológicas durante el ejercicio motor fatigante pueden interpretarse como un mecanismo protector que regula la conducta de ejercicio para garantizar la preservación de la homeostasis de diversos sistemas fisiológicos en el cuerpo humano.

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Esto contrasta con la fatiga resultante de tareas cognitivas sostenidas, cuyos fundamentos psicofisiológicos aún no están claros.

Mientras que algunos han propuesto que la función última de la fatiga cognitiva sería redirigir el comportamiento actual hacia actividades más gratificantes y/o que requieren menos esfuerzo.

Otros han argumentado, de manera similar al caso de la fatiga motora, que se trata de una función protectora.

Mecanismo que insta a las personas a detener la actividad actual en anticipación de futuras consecuencias funcionales adversas.

Cansancio muscular y fatiga por esfuerzo físico: entendiendo el agotamiento muscular

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La fatiga del rendimiento motor (tradicionalmente denominada fatiga muscular) se puede cuantificar como una disminución en la capacidad máxima de producción de fuerza voluntaria del sistema neuromuscular, que está determinada por factores neurales y musculares.

Dependiendo de las características de la tarea motora (duración, intensidad, a modo de ilustración) y otros factores (edad, sexo, enfermedades, nivel de condición física, por ejemplo), los mecanismos subyacentes de la fatiga del desempeño motor incluyen cambios en distintos niveles dentro del sistema neuromuscular que están involucrados en la producción de fuerza muscular y por tanto en los movimientos.

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Estos incluyen, entre otros:

💪 Excitabilidad de la corteza motora.

💪 Transmisión corticoespinal descendente de potenciales de acción.

💪 Excitabilidad de las α-motoneuronas espinales.

💪 Transmisión neuromuscular.

💪 Excitabilidad sarcolemal.

💪 Propagación de potenciales de acción en el sistema tubular transversal.

💪 Cinética del ion de calcio intracelular (Ca 2+).

💪 Producción de fuerza dentro del ciclo de puentes cruzados.

Las actividades motoras intensas y/o sostenidas pueden alterar dichos procesos fisiológicos, lo que a su vez puede contribuir a una reducción del rendimiento motor.

Para determinar el origen de dichos cambios dentro del sistema neuromuscular, se ha establecido una distinción entre los determinantes neurales (centrales) y musculares (periféricos) de la fatiga del rendimiento motor.

Los determinantes neuronales incluyen aspectos asociados con la activación muscular, tradicionalmente denominada fatiga central, que pueden cambiar durante una actividad motora.

Dichos cambios comprenden disminuciones en la activación voluntaria de los músculos individuales asociados con modulaciones en motoneuronas corticales y/o α-motoneuronas espinales.

Las alteraciones neuronales y musculares inducidas por el ejercicio conducen a adaptaciones específicas de la tarea en la frecuencia de activación y/o el reclutamiento de actividades motoras.

En dicho contexto, diversos procesos desempeñan un rol, incluida la modulación de las propiedades intrínsecas de las motoneuronas, un aumento de la retroalimentación aferente inhibidora de las aferencias musculares del grupo III y IV, una disminución de la retroalimentación aferente facilitadora y cambios en los neuromoduladores.

Adicionalmente, los patrones de activación de los músculos sinérgicos y antagonistas pueden cambiar durante una tarea motora fatigante, lo que a su vez puede afectar negativamente la coordinación intermuscular y, por lo tanto, forzar la capacidad de producción.

Sumado a dichos determinantes neuronales, los cambios en la función contráctil de los músculos pueden contribuir al grado de fatiga del rendimiento motor.

El deterioro de la función contráctil depende en gran medida de la perfusión muscular y del metabolismo intramuscular.

Por ejemplo, las actividades motoras intensas conducen a una mayor acumulación de metabolitos (a modo de muestra, fosfato inorgánico, especies reactivas de oxígeno, iones de hidrogeno) que pueden alterar la función contráctil de los músculos.

En condiciones fisiológicas, el fosfato inorgánico parece ser el principal responsable de la reducción de la función contráctil, mientras que las especies reactivas de oxígeno parecen estar involucradas en la depresión prolongada de la fuerza después del ejercicio físico.

Los principales factores que determinan la disminución de la función contráctil y, por tanto, de la fuerza contráctil de los músculos son la reducción de la excitabilidad sarcolemal, la liberación de Ca 2+ desde el retículo sarcoplásmico, la sensibilidad miofibrilar al Ca 2+ y la capacidad de generación de fuerza de los puentes cruzados en sí misma.

Siendo importante enfatizar que la disminución de la activación muscular y/o la función contráctil de los músculos durante y después del ejercicio es sensible a diferentes perturbaciones homeostáticas como la hipertermia, la hipoxia y la hipoglucemia.

Fatiga durante el entrenamiento: entendiendo la sensación de cansancio

La fatiga motora percibida se refiere al aumento en la percepción subjetiva de fatiga que surge durante una actividad motora y que puede afectar el desempeño de la misma.

Con frecuencia se define como una sensación transitoria de cansancio, hastío, fatiga, falta de energía o agotamiento.

En tiempos recientes, se propuso definir la fatiga percibida como la sensación de necesidad de descansar o un desajuste entre el esfuerzo realizado y el rendimiento real.

Independientemente de la definición específica, la naturaleza y el alcance de la fatiga motora percibida dependen del estado psicofisiológico del individuo, que da forma a los procesos perceptivos, afectivos y cognitivos durante el ejercicio físico.

Por ejemplo, hacer ejercicio por encima de un umbral critico individual (para ilustrar, por encima del poder critico) conduce a la acumulación de metabolitos, lo que resulta en una disminución de la función contráctil de los músculos.

Por lo tanto, es necesaria una mayor señal de activación muscular para mantener la producción de fuerza submáxima, lo que se asocia con una mayor percepción del esfuerzo.

Sumado a ello, el dolor y el malestar inducidos por el ejercicio surgen como resultado de una mayor acumulación de metabolitos, frecuencia respiratoria y temperatura corporal.

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Dichas respuestas perceptivas al ejercicio hacen que una persona se sienta cada vez peor y requieren procesos cognitivos regulatorios para evitar ralentizar o detener la actividad motora.

Hace relativamente poco, Venhorst y su equipo de científicos propusieron un marco de sistema dinámico tridimensional para comprender mejor dichos determinantes psicofisiológicos de la fatiga motora percibida.

Siguiendo dicho marco, las respuestas perceptuales al ejercicio físico (por ejemplo, percepción del esfuerzo, percepción de dolor/malestar inducida por el ejercicio físico) pueden atribuirse a la dimensión perceptual-discriminatoria.

La intensidad de dichas percepciones tiene un impacto en la dimensión afectivo-motivacional (como muestra, valencia afectiva, excitación, motivación).

Los cambios inducidos por las actividades motoras en dichas dimensiones determinan fuertemente los procesos en la dimensión cognitivo-evaluativa asociada con la decisión de reducir la velocidad o acelerar (comportamiento de ritmo) o incluso de desconectarse del ejercicio físico.

Dicho marco de sistema dinámico tridimensional permite la evaluación integral y especifica de los factores que determinan la fatiga motora percibida y contribuye a la comprensión del acoplamiento tensión-percepción-pensamiento-acción durante el ejercicio fatigante.

No obstante, las interacciones entre la dimensión perceptual-discriminatoria, la dimensión afectiva-motivacional y la dimensión cognitivo-evaluativa no deben considerarse jerárquicas sino interdependientes.

Fatiga durante el ejercicio físico: Cómo la mente y el dolor muscular afectan tu rendimiento

El esfuerzo percibido durante una actividad motora puede atribuirse a la dimensión perceptual-discriminatoria y se relaciona con la fatiga motora percibida.

Adicionalmente, la percepción del esfuerzo asociado con las tareas motoras se considera un determinante importante del comportamiento en el ejercicio físico y el rendimiento de resistencia.

Es importante enfatizar que existe controversia sobre si la percepción del esfuerzo resulta de mecanismos de retroalimentación mediados centralmente (es decir, modelo de descarga corolaria) y/o retroalimentación aferente de los músculos activos y respiratorios (es decir, retroalimentación aferente o modelo combinado).

No obstante, está bien aceptado que el procesamiento de señales sensoriales en el cerebro está involucrado.

La percepción del esfuerzo, junto con la motivación, es un elemento central del modelo psicobiológico de rendimiento de resistencia y se ha demostrado que las intervenciones que redujeron la percepción del esfuerzo durante una actividad motora sostenida, han conducido posteriormente a una mayor tolerancia al ejercicio físico (por ejemplo, el tiempo hasta el agotamiento durante el ejercicio submáximo).

En cambio, la percepción del esfuerzo durante el ejercicio de resistencia fue mayor y el rendimiento motor se redujo después de intervenciones que indujeron perturbaciones homeostáticas como hipoglucemia, hipertermia, deshidratación, hipoxia y privación del sueño.

Por ejemplo, las actividades motoras intensas conducen a la acumulación de metabolitos en el entorno extracelular, lo que resulta en una mayor percepción del dolor muscular inducida por el ejercicio físico, debido a la activación de los aferentes musculares del grupo III y IV.

Se ha demostrado que las intervenciones agudas destinadas a reducir el dolor muscular inducido por el ejercicio físico mejoran el rendimiento durante las actividades motoras submáximas sostenidas, mientras que el aumento artificial del dolor muscular inducido por el ejercicio físico tuvo el efecto opuesto.

Dichos ejemplos proporcionan evidencia de la importancia de las respuestas perceptivas inducidas por el ejercicio físico (por ejemplo, esfuerzo y dolor inducido por el ejercicio físico) para el desempeño de actividades motoras.

La influencia de la percepción del esfuerzo en la fatiga durante el ejercicio físico: cómo afecta a tu rendimiento

La intensidad de las respuestas perceptivas (entre otros ejemplos, podemos incluir el dolor/malestar inducido por el esfuerzo y el ejercicio físico) tiene efectos sobre el estado afectivo y la motivación de un individuo, que puede atribuirse a la dimensión afectivo-emocional.

El estado afectivo de un individuo también contribuye a la fatiga motora percibida y puede influir en la conducta del ejercicio físico, así como en el tiempo hasta el agotamiento durante las tareas motoras.

Los científicos creen que las valoraciones de valencia afectiva y excitación pueden reflejar el estado afectivo de los individuos.

La valencia afectiva refleja cómo se siente actualmente una persona en general (es decir, de muy bueno a muy malo).

Creen también que dichos estados son indicadores subjetivos del estado homeostático durante tareas motoras mediadas por fibras nerviosas aferentes que detectan el estado mecánico, térmico, químico, metabólico y hormonal de diversos tejidos.

Sus proyecciones a distintas áreas del cerebro (como ilustración, ínsula anterior, corteza cingulada anterior) permiten la consciencia de dichos estímulos y pueden servir como un mecanismo de protección para el cuerpo.

En consecuencia, durante las tareas motoras fatigantes, las perturbaciones homeostáticas dependientes de la intensidad del ejercicio físico en los respectivos subsistemas fisiológicos pueden contribuir al desarrollo de una valencia afectiva negativa aguda.

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Este es el caso, por ejemplo, durante la transición del dominio relativo del metabolismo muscular aeróbico al anaeróbico durante el ejercicio físico.

Adicionalmente, otras perturbaciones homeostáticas, como el agotamiento de glucógeno, también pueden acelerar el desarrollo de la valencia afectiva negativa durante el ejercicio de resistencia submáximo con carga constante y acortar el tiempo hasta el agotamiento durante esta actividad motora.

Resulta interesante que, los científicos han descubierto que la tasa de disminución de la valencia afectiva se correlaciona alta y positivamente con el tiempo hasta el agotamiento.

Dichos hallazgos resaltan nuevamente la relevancia de aspectos de la fatiga motora percibida para el desempeño de actividades físicas.

Superar la fatiga en el deporte: el papel clave de la concentración y la autoconfianza

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Los cambios en las dimensiones perceptual-discriminatoria y afectiva-motivacional influyen en los procesos dentro de la dimensión cognitivo-evaluativa con consecuencias para el desempeño de tareas durante el ejercicio fatigante.

En dicho sentido, se ha discutido el papel de la capacidad de autorregulación de un individuo para el rendimiento de resistencia.

La autorregulación describe el proceso de alinear el pensamiento y el comportamiento con el objetivo deseado.

En determinadas circunstancias, requiere autocontrol, que describe el proceso de anular las tendencias de respuesta predominantes (prepotentes, automáticas) al servicio de un objetivo general.

Con respecto a las actividades físicas, los individuos tienen que autorregular continuamente diferentes estados afectivos inducidos por distintas percepciones (para ilustrar, percepción del esfuerzo, percepción del dolor inducido por el ejercicio físico), pensamientos (como los relacionados con la finalización de la actividad física o distractores) y comportamientos (por ejemplo, detener la actividad física o aumentar el esfuerzo), con consecuencias para su rendimiento motor.

La autorregulación requiere esfuerzo y depende de la integridad del funcionamiento ejecutivo y, en particular, de las funciones ejecutivas básicas, que pueden clasificarse en control inhibidor (es decir, inhibición de la respuesta y control de interferencia), memoria de trabajo y flexibilidad cognitiva.

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Durante el ejercicio de resistencia, por ejemplo, el deportista tiene que bloquear numerosos distractores para lograr la estrategia de consecución del objetivo retenida en la memoria de trabajo.

Sumado a ello, la persona tiene que resistir la tentación de reducir el ritmo cuando está fatigada (inhibición) y puede ajustar su estrategia para la consecución de objetivos (flexibilidad cognitiva).

Hallazgos recientes respaldan dicho punto de vista y han descubierto que la estimulación anódica transcraneal de corriente directa (tDCS) aplicada a la corteza prefrontal dorsolateral izquierda mejoró el rendimiento de la tarea Stroop, una medida de control inhibitorio y el tiempo hasta el agotamiento durante el ciclismo submáximo de carga constante.

Más aún, la percepción del esfuerzo fue menor, lo que se atribuyó al aumento inducido por tDCS en la excitabilidad neuronal de las áreas objetivo.

Siendo importante enfatizar que también existen hallazgos de que la tDCS no moduló el rendimiento motor ni las sensaciones relacionadas con el ejercicio físico.

Además de los determinantes clave mencionados de la fatiga motora percibida, otros aspectos importantes contribuyen al estado psicofisiológico de un individuo y tienen un impacto en la fatiga motora percibida.

Estos incluyen el estado de ánimo, las expectativas, la presencia de retroalimentación sobre el desempeño y la percepción del tiempo.

Fatiga mental: cuando tu cerebro alcanza sus límites

La fatiga del desempeño cognitivo (tradicionalmente denominada fatiga cognitiva objetiva) inducida por tareas cognitivas sostenidas y/o intensas se puede cuantificar como una disminución en una medida objetiva del desempeño cognitivo durante y después de una tarea cognitiva (por ejemplo, cambio en el tiempo de reacción, su variabilidad, y/o precisión).

La aparición y alcance de la fatiga del rendimiento cognitivo parecen depender de diversos factores moduladores, por ejemplo, factores específicos de los sujetos (como edad, sexo, enfermedades) y las características de la tarea cognitiva (para ilustrar, tipo de tarea, duración, carga cognitiva).

Resulta esencial destacar que la realización de tareas cognitivas prolongadas no necesariamente da como resultado disminuciones observables en el rendimiento cognitivo, lo que con frecuencia se atribuye a un efecto de aprendizaje o a un mayor esfuerzo cognitivo compensatorio.

Los procesos psicofisiológicos asociados con la fatiga del rendimiento cognitivo aún están en tela de juicio e incluyen, entre otros, una activación cerebral alterada, pérdida de motivación y deterioro de los recursos cognitivos.

Se ha demostrado, por ejemplo, que la actividad de la corteza prefrontal dorsolateral, la corteza cingulada anterior y la ínsula pueden cambiar durante la ejecución de una tarea cognitiva sostenida.

Una interpretación influyente respecto a dichos cambios es que, con la ejecución prolongada de una tarea, el esfuerzo invertido se vuelve proporcionalmente mayor que el beneficio/recompensa asociado y la motivación para participar en la tarea disminuye, lo que resulta en una reducción en el rendimiento.

Adicionalmente, se ha argumentado que realizar una tarea cognitiva prolongada compite con el deseo de controlar la acción y, por lo tanto, con otras metas cognitivas, así como las necesidades emocionales y biológicas básicas (por ejemplo, descansar o no hacer nada).

Especialmente estos últimos suelen ser más potentes para llamar la atención en comparación con los objetivos cognitivos, lo que indica su precedencia en los procesos motivacionales.

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Dicha opinión se encuentra respaldada por experimentos que han encontrado una disminución en el desempeño de las tareas cognitivas con el tiempo dedicado a la tarea, que se revirtió al aumentar la motivación con las recompensas de la tarea.

No obstante, dicho efecto no es omnipresente y al comparar el rendimiento antes y después de la inducción de la fatiga en condiciones motivacionales similares, no hubo evidencia de una recuperación del rendimiento de la tarea después de proporcionar recompensas, lo cual indica que los cambios motivacionales no son la única causa de la fatiga del rendimiento cognitivo.

Los científicos han propuesto que los mecanismos neuronales implicados en la fatiga del rendimiento cognitivo incluyen cambios en la actividad neuronal, neurotransmisores y metabolitos.

Sin embargo, a día de hoy ha sido difícil determinar la importancia de los cambios observados en la activación cerebral en relación con el desarrollo de la fatiga del desempeño cognitivo, ya que pueden reflejar una función deteriorada de los sistemas neuronales necesarios para el desempeño de las tareas cognitivas, la participación de las estructuras cerebrales en el seguimiento del esfuerzo y la fatiga, otros procesos dependientes del tiempo como el aprendizaje y/o la participación compensatoria de áreas del cerebro para mantener el rendimiento.

Resultando esencial resaltar que las alteraciones en la homeostasis corporal de las personas pueden modular los ajustes neurofisiológicos y, por lo tanto, los cambios en el rendimiento cognitivo durante tareas cognitivas fatigantes, como se muestra, por ejemplo, después de inducir hipertermia y privación del sueño o después de enjuagarse la boca con cafeína-maltodextrina.

Desmitificando la fatiga: Cómo tu propia percepción puede limitarte

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La fatiga cognitiva percibida (tradicionalmente denominada fatiga cognitiva subjetiva o mental) hace referencia al aumento de la percepción subjetiva de fatiga que se desarrolla durante la ejecución de tareas cognitivas sostenidas y/o intensas.

Con frecuencia se caracteriza por sentimientos de cansancio, debilidad o incluso agotamiento, así como una aversión a continuar con la tarea actual.

En los últimos tiempos, se propuso definir la fatiga cognitiva percibida como el sentimiento de necesidad de descansar o un desajuste entre el esfuerzo realizado y el rendimiento real.

Independientemente de la definición específica, el alcance de la fatiga cognitiva percibida depende del estado psicofisiológico del individuo que puede cambiar a lo largo de una tarea cognitiva y de la homeostasis corporal.

De manera similar a la fatiga del rendimiento cognitivo, se propuso que la fatiga cognitiva percibida puede surgir como consecuencia del análisis de los costos y beneficios de gastar energía en una determinada tarea cognitiva y dependería de la modificación en la liberación de neurotransmisores.

Realizar una tarea cognitiva sostenida difícil requiere un esfuerzo cognitivo, que se percibiría como cada vez más aversivo con el tiempo y superaría los posibles beneficios/recompensas de la tarea en un momento determinado (por ejemplo, recompensas a corto o largo plazo, consecuencias negativas si la tarea finaliza o cuando la tarea es intrínsecamente motivadora).

La fatiga cognitiva percibida serviría, así como un mecanismo que detendría o cambiaría el comportamiento en curso cuando ya no fuera beneficioso.

Siendo esencial enfatizar que una visión alternativa sobre el origen y el rol de la fatiga cognitiva percibida es la de un mecanismo de protección anticipado, similar a las teorías de la fatiga inducida por tareas motoras.

De acuerdo a dicho punto de vista, la fatiga cognitiva percibida actuaría en anticipación de futuras alteraciones funcionales inducidas por el desempeño prolongado de la tarea, para desviar el comportamiento de la actividad impositiva.

Uno de los factores más relevantes que se cree que contribuye a la fatiga cognitiva percibida es el esfuerzo cognitivo (o mental) invertido en la tarea.

Se cree que el esfuerzo cognitivo está asociado con el control cognitivo, lo que significa que los procesos dependientes del control cognitivo no automatizados, como la ejecución de tareas cognitivas difíciles, requieren esfuerzo cognitivo.

Tal como se mencionó con anterioridad, el esfuerzo cognitivo se percibe como costoso y aversivo y sólo se mantiene o aumenta si se espera que sea beneficioso.

Los costos de la inversión prolongada en esfuerzo cognitivo comprenden los costos intrínsecos relacionados con la asignación del control cognitivo en si mismo, así como los costos de oportunidad que surgen de renunciar a otras conductas (más gratificantes).  

No obstante, también existe evidencia de que el esfuerzo no necesariamente se percibe como costoso y puede añadir valor, lo cual significa que el mismo resultado puede ser más gratificante cuando se invierte más y no menos esfuerzo.

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Se ha demostrado que diversas áreas del cerebro se activan cuando se ejercen control y esfuerzo cognitivo, que incluyen a la corteza cingulada anterior dorsal, la ínsula anterior, la corteza prefrontal lateral y la corteza parietal lateral.

Este es el caso cuando se debe realizar una tarea cognitiva que requiere atención sostenida, mantenimiento de información en la memoria de trabajo y/o inhibición de respuestas prepotentes.

De manera similar al esfuerzo percibido inducido por actividades físicas, la percepción del esfuerzo cognitivo y las medidas objetivas de inversión de esfuerzo durante la misma tarea pueden modularse mediante perturbaciones homeostáticas como la privación del sueño y el estrés por calor, respectivamente.

Se argumentó que los costos del esfuerzo tienen un impacto considerable en la motivación, que impulsa el comportamiento de los seres humanos.

Dicha interacción es intuitiva, ya que la motivación no sólo se dirige hacia un objetivo específico, sino que también se refiere a la intensidad (es decir, esfuerzo) con la que se persigue ese objetivo.

Müler y Apps propusieron que los procesos psicofisiológicos asociados con el estado de fatiga inducido por la actividad tienen un impacto en la motivación de dos maneras: causarían cambios directos en las estructuras cerebrales que motivan las conductas o inducirían alteraciones en otros sistemas, que están conectados o influenciados por dichas áreas del cerebro.

Las tareas que requieren un esfuerzo cognitivo sostenido generalmente aumentan los índices de actividad del sistema nerviosos simpático, lo que se interpreta como un reflejo de una respuesta afectiva aversiva.

De hecho, se ha postulado que el afecto central, que comprende la valencia afectiva (placer-displacer) y la excitación (activación-desactivación), cambia durante las tareas cognitivas sostenidas.

Esto podría ocurrir al menos de dos maneras:

🧠 1.- El aumento de los conflictos y errores durante la ejecución de la tarea da como resultado una valencia afectiva negativa que lleva a un mayor esfuerzo para reducir los conflictos y errores con el fin de lograr “comodidad cognitiva”.

🧠 2.- Alternativamente, los conflictos y errores repetidos inducen una valencia afectiva negativa que indica que la tarea actual no es gratificante.

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Esto último se asocia con la fatiga cognitiva percibida, que se cree que dirige al individuo hacia otras actividades más gratificantes o reduce el esfuerzo de monitoreo de conflictos, especialmente durante tareas cognitivas asignadas externamente.

Dicho punto de vista está en línea con la noción de que el afecto negativo señala un progreso inadecuado hacia el logro de objetivos.

Adicionalmente, se propuso que la sensación cada vez más aversiva con el tiempo dedicado a la tarea resulta de la acumulación de costos de oportunidad inducida que surgen al renunciar a otros comportamientos más gratificantes.

De manera similar a las actividades físicas, la realización de tareas cognitivas sostenidas requiere autorregulación, que describe el proceso dinámico de alinear el pensamiento y el comportamiento con el objetivo deseado.

Durante las tareas cognitivas sostenidas, los individuos tienen que autorregular continuamente diferentes sensaciones aversivas (esfuerzo cognitivo, frustración, aburrimiento, por ejemplo), pensamientos (como los relacionados con la finalización de la tarea o distractores) y comportamientos (algunos de los casos pueden ser detener la tarea o aumentar el esfuerzo), con consecuencias para su rendimiento cognitivo.

La autorregulación en si misma requiere esfuerzo y se basa en la integridad del funcionamiento ejecutivo y, en particular, en las funciones ejecutivas básicas, que pueden clasificarse en control inhibidor (es decir, inhibición de la respuesta y control de interferencia), memoria de trabajo y flexibilidad cognitiva.

Existen diversas formas en que las personas pueden autorregularse para modificar sus sensaciones, sentimientos, pensamientos y comportamientos al servicio de un objetivo personal, incluido el autocontrol esforzado.

Aunque la autorregulación y el autocontrol con frecuencia se usan indistintamente, se propuso que se refieren a procesos distintos.

Si bien la autorregulación se refiere a procesos más generales de pensamientos y comportamientos dirigidos a objetivos, el autocontrol puede definirse como el proceso de superar las tendencias de respuesta predominantes (prepotentes, automáticas) a favor del objetivo deseado.

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El autocontrol se ejerce durante la ejecución de tareas cognitivas sostenidas y requiere motivación además de atención.

Esto está en línea con la opinión de que realizar una tarea cognitiva sostenida compite con opciones motivacionales (por ejemplo, objetivos cognitivos biológicos, emocionales y/o alternativos), que captan la atención y deben inhibirse activamente para mantener el desempeño de la tarea.

Además de dichos determinantes esenciales, existen otros aspectos importantes que contribuyen al estado psicofisiológico de un individuo con posibles consecuencias de la fatiga cognitiva percibida.

Por ejemplo, ha salido a la luz que un mayor interés en una tarea cognitiva daba como resultado una menor fatiga cognitiva percibida durante actividades cognitivas sostenidas.

Sumado a ello, la ejecución de tareas cognitivas sostenidas puede asociarse con cambios de humor, del mismo modo con sentimientos como estrés, ansiedad, frustración, desesperanza, tensión y aburrimiento.

Se demostró que algunos de estos estaban relacionados con el desempeño de tareas cognitivas y con la modulación de la fatiga cognitiva percibida.

Por ejemplo, se descubrió que una tarea que requería la observación pasiva de cadenas de números daba como resultado índices de aburrimiento más altos, una disminución más pronunciada de la valencia afectiva e índices de fatiga cognitiva percibida más altos en comparación con una tarea cognitiva que consistía en sumar tres a cada digito de un número de cuatro dígitos.

Interesantemente, observar pasivamente cadenas de números también se calificó como un esfuerzo, lo que se interpretó como un esfuerzo por seguir prestando atención.

También se propuso que el aburrimiento, causado por el bajo atractivo intrínseco de la tarea en sí, también puede ser responsable de una disminución en el desempeño cognitivo de la tarea, enfatizando la interdependencia entre los determinantes de la fatiga cognitiva percibida y la fatiga del desempeño cognitivo.

Más aún, se asumió que las expectativas basadas en experiencias previas podrían influir en el estado psicofisiológico y los ajustes psicofisiológicos durante las tareas cognitivas sostenidas.

Por ejemplo, esto se demostró en respuesta al estrés por calor, la falta de sueño y el enjuague bucal con cafeína-maltodextrina.

Dichas fuentes de influencia también resaltan la similitud entre los conceptos de somnolencia y fatiga.

La confusión entre dichos conceptos es muy común y aún no está claro hasta qué punto las medidas de evaluación subjetiva permiten a los investigadores separarlos claramente.

Sumado a ello, existen otros factores que contribuyen a la fatiga cognitiva percibida que se estudian cada vez más y que deberían añadirse a la lista de posibles determinantes en el futuro.

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